martes, 31 de julio de 2007

Samir Amin - Fragmento de Capitalismo, Imperialismo, Mundialización - 2001

La polarización que caracteriza a la mundialización capitalista revistió formas asociadas a las características principales de las fases de la expansión capitalista, que se expresan en formas apropiadas de la ley del valor mundializada. Estas son producidas, por un lado, por la articulación de las leyes del mercado trunco (como consecuencia de la segmentación del mercado de trabajo) y, por el otro, por las políticas de Estado dominantes, que se asignan el objetivo de organizar este mercado trunco en sus formas apropiadas. Separar lo político de lo económico no tiene aquí ningún sentido; no hay capitalismo sin Estados capitalistas, salvo en la imaginación de los ideólogos de la economía burguesa. Estas formas políticas apropiadas articulan los modos de dominación social internos propios a las sociedades del sistema y sus modos de inserción en el sistema mundial, ya sea como formaciones dominantes (centrales) o dominadas (periféricas).

En la fase mercantilista (1500-1800) que precede a la revolución industrial –y que por esta razón podemos considerar como una transición del feudalismo al capitalismo acabado- encontramos la conjunción entre formas políticas apropiadas –la monarquía absolutista del Antiguo Régimen, fundada sobre el compromiso social feudalidad/burguesía mercantil- y las políticas de implementación de las primeras formas de polarización: la protección militar y naval de los monopolios del gran comercio, la conquista de las Américas y su modelado como periferias del sistema de la época (que se “especializa” en producciones particulares útiles a la acumulación del capital mercantil), y la trata de negros que se encuentra asociada a ésta (Braudel, 1979; Gunder Frank, 1978; Wallerstein, 1989).

De la Revolución Industrial a los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial (1800-1950) se extiende una segunda fase de la mundialización capitalista fundada en el contraste entre centros industrializados/periferias a las que se les niega la posibilidad de la industrialización (Arrighi, 1994; Bairoch, 1994). Este contraste, que define una nueva forma de la ley del valor mundializada, no es un producto natural de las “ventajas comparativas” invocadas por la economía burguesa. Este contraste toma forma a través de la implementación de medios que revisten tanto dimensiones económicas (el “libre cambio” impuesto a los partenaires de la nueva periferia en formación) como políticas (las alianzas con las clases dominantes tradicionales de la nueva periferia, su inserción en el sistema mundial, la intervención de las cañoneras y, por último, la conquista colonial). Estas formas de la mundialización se articulan en base a sistemas políticos propios de los centros industriales, nacidos ya sea de las revoluciones burguesas (Inglaterra, Francia, Estados Unidos), o de unificaciones nacionales que substituyen a éstas en la constitución de los mercados nacionales (Alemania, Italia), o, por último, de modernizaciones “despóticas iluminadas” (Rusia, Austria-Hungría, Japón). La variedad de las alianzas sociales hegemónicas propias de estas formas no debe hacernos olvidar su denominador común: todas estas formas apuntan a aislar a la clase obrera. Determinan igualmente las formas y los límites de la democracia burguesa de la época.

Este complejo sistema conoce una marcada evolución, entre otras cosas, por el paso a la dominación de los monopolios en la economía industrial y financiera de los centros -a partir de finales del siglo XIX- y, desde 1917, por la desconexión de la URSS. La mundialización se caracteriza entonces por la acentuación de los conflictos inter-centros (inter-imperialistas) y por la aceleración de la colonización de las periferias, una de las cuestiones más importantes de esta competencia agravada (Amin, 1993; Bellamy Foster, 1986). En conjunción con esta evolución se dibujan nuevas formas políticas que asocian al sistema -al menos parcialmente- a los representantes políticos de la clase obrera de los centros, aunque estos sistemas de “social-imperialismo” sólo son embrionarios en aquella época. Hasta el New Deal Norteamericano y el Frente Popular francés -a finales de los años 1930-, los bloques hegemónicos siempre habían sido anti-obreros.

La Segunda Guerra Mundial modificó las condiciones que guiaban la expansión capitalista polarizante de este siglo y medio de historia moderna. La derrota del fascismo modificaba profundamente las relaciones sociales de fuerza a favor de las clases obreras, que adquirieron en los centros posiciones que nunca habían conocido con anterioridad en el capitalismo; a favor de los pueblos de las periferias, cuyos movimientos de liberación reconquistaron la independencia política de sus naciones; a favor del modelo soviético del socialismo realmente existente, que aparecía como la forma más eficaz del proyecto de desconexión y de rattrapage. Al mismo tiempo, la consolidación de la predominancia norteamericana sobre todos los otros centros capitalistas modificaba las condiciones de la competencia inter-imperialista. En otras oportunidades propuse una lectura del medio siglo de posguerra (1945-1990) fundada en la articulación entre los sistemas político-sociales de los tres conjuntos que constituyen el mundo por un lado, y de las formas de la mundialización que la acompañan por el otro (Amin, 1993). A nivel de la organización interna de las sociedades en cuestión, encontramos pues: (i) el gran compromiso social capitaltrabajo que caracteriza a los antiguos centros (el Estado de Bienestar, las políticas keynesianas, etc.); (ii) los modelos nacionalistas populistas modernizadores del Tercer Mundo; (iii) el modelo soviético de socialismo (prefiero hablar de “capitalismo sin capitalistas”). La mundialización que caracteriza a esta tercera gran fase de la historia moderna es negociada (por los Estados), encuadrada y controlada por los compromisos que estas negociaciones garantizan. Sus condiciones no son dictadas unilateralmente por el capital de los centros dominantes, como en las fases precedentes. Esta es la razón por la cual esta fase está dominada por el discurso del “desarrollo” (es decir, el del rattrapage) y por prácticas de desconexión anti-sistémicas que están en conflicto con las lógicas unilaterales de despliegue del capitalismo.

Esta fase se encuentra hoy terminada con la erosión y el posterior hundimiento de los tres modelos societarios que la fundaban (el debilitamiento del Estado de Bienestar en Occidente, la desaparición de los sistemas soviéticos, la recompradorisation de las periferias del Sur) y la recomposición de relaciones de fuerza favorables al capital dominante. Más adelante volveré sobre la cuestión de las alternativas a la mundialización, y sobre los conflictos que resultan de éstas.

En este análisis, el énfasis puesto en la polarización inmanente a la expansión mundial del capitalismo es esencial. Este carácter permanente de la mundialización capitalista es simplemente negado por la ideología burguesa dominante, que persiste en afirmar que la mundialización ofrece una “oportunidad” que las sociedades pueden aprovechar o no, según razones que les son propias. Pero lo que según mi punto de vista resulta más grave, es que el pensamiento socialista (incluido el del marxismo histórico) compartió, al menos en parte, la ilusión de rattrapage posible en el marco del capitalismo.

La teoría de la mundialización capitalista que propongo, y de la cual esbocé las grandes líneas, hace de este concepto un sinónimo de imperialismo. El imperialismo no es pues un estadio -el estadio supremo- del capitalismo, sino que constituye su carácter permanente.

NOTAS DEL TRADUCTOR
El término rattrapage en francés refiere a la posibilidad de recuperar, de “reatrapar”, el atraso respecto a cierto fenómeno o proceso en curso. En este caso, el término hace referencia a la imposibilidad de los países periféricos de alcanzar niveles de desarrollo similares a los de los países centrales. Esto se debe a que, según explica el autor, a diferencia de lo que sucedía en la antigüedad, la lógica actual de la mundialización no otorga estas oportunidades a los países periféricos.

El término recompradorisation remite al complejo proceso de inserción subordinada que la nueva fase del capitalismo supuso para los países periféricos y que refiere tanto al desmantelamiento de las estructuras y conquistas características de las experiencias del “nacionalismo populista” anteriores como a las políticas y procesos que devienen de la constitución de lo que el autor llama los “cinco monopolios”.