jueves, 23 de agosto de 2007

Ruy Mauro Marini - Fragmentos de Dialéctica de la dependencia -

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El secreto del intercambio desigual
La inserción de América Latina en la economía capitalista responde a las exigencias que plantea en los países industriales el paso a la producción de plusvalía relativa. Esta se entiende como una forma de explotación del trabajo asalariado que, fundamentalmente con base en la transformación de las condiciones técnicas de producción, resulta de la desvalorización real de la fuerza de trabajo. Sin ahondar en la cuestión, conviene hacer aquí algunas precisiones que se relacionan con nuestro tema.
En lo esencial, se trata de disipar la confusión que suele establecerse entre el concepto de plusvalía relativa y el de productividad. En efecto, si bien constituye la condición por excelencia de la plusvalía relativa, una mayor capacidad productiva del trabajo no asegura de por sí un aumento de la plusvalía relativa. Al aumentar la productividad, el trabajador sólo crea más productos en el mismo tiempo, pero no más valor; es justamente este hecho el que lleva al capitalista individual a procurar el aumento de productividad, ya que ello le permite rebajar el valor individual de su mercancía, en relación al valor que las condiciones generales de la producción le atribuyen, obteniendo así una plusvalía superior a la de sus competidores —o sea, una plusvalía extraordinaria.
Ahora bien, esa plusvalía extraordinaria altera el reparto general de la plusvalía entre los diversos capitalistas, al traducirse en ganancia extraordinaria, pero no modifica el grado de explotación del trabajo en la economía o en la rama considerada, es decir, no incide en la cuota de plusvalía. Si el procedimiento técnico que permitió el aumento de productividad se generaliza a las demás empresas, y por ende se uniforma la tasa de productividad, ello no acarrea tampoco el aumento de la cuota de plusvalía: se habrá tan sólo acrecentado la masa de productos, sin hacer variar su valor, o lo que es lo mismo, el valor social de la unidad de producto se reduciría en términos proporcionales al aumento de productividad del trabajo. La consecuencia sería, pues, no el incremento de la plusvalía, sino más bien su disminución.
Esto se debe a que lo que determina la cuota de plusvalía no es la productividad del trabajo en sí, sino el grado de explotación del trabajo, o sea, la relación entre el tiempo de trabajo excedente (en el que el obrero produce plusvalía) y el tiempo de trabajo necesario (en el que el obrero reproduce el valor de su fuerza de trabajo, esto es, el equivalente de su salario).[12] Sólo la alteración de esa proporción, en un sentido favorable al capitalista, es decir, mediante el aumento del trabajo excedente sobre el necesario, puede modificar la cuota de plusvalía. Para esto, la reducción del valor social de las mercancías debe incidir en bienes necesarios a la reproducción de la fuerza de trabajo, vale decir bienes-salarios. La plusvalía relativa está ligada indisolublemente, pues, a la desvalorización de los bienes-salario, para lo que concurre en general, pero, no forzosamente, la productividad del trabajo.[13]
Esta digresión era indispensable si queremos entender bien por qué la inserción de América Latina en el mercado mundial contribuyó a desarrollar el modo de producción específicamente capitalista, que se basa en la plusvalía relativa. Mencionamos ya que una de las funciones que le fue asignada, en el marco de la división internacional del trabajo, fue la de proveer a los países industriales de los alimentos que exigía el crecimiento de la clase obrera, en particular, y de la población urbana, en general, que allí se daba. La oferta mundial de alimentos, que América Latina contribuye a crear, y que alcanza su auge en la segunda mitad del siglo XIX, será un elemento decisivo para que los países industriales confíen al comercio exterior la atención de sus necesidades de medios de subsistencia.[14] El efecto de dicha oferta (ampliado por la depresión de los precios de los productos primarios en el mercado mundial, tema al que volveremos más adelante) será el de reducir el valor real de la fuerza de trabajo en los países industriales, permitiendo así que el incremento de la productividad se traduzca allí en cuotas de plusvalía cada vez más elevadas. En otros términos, mediante su incorporación al mercado mundial de bienes-salario, América Latina desempeña un papel significativo en el aumento de la plusvalía relativa en los países industriales.
Antes de examinar el reverso de la medalla, es decir, las condiciones internas de producción que permitirán a América Latina cumplir esa función, cabe indicar que no es sólo a nivel de su propia economía que la dependencia latinoamericana se revela contradictoria: la participación de América Latina en el progreso del modo capitalista de producción en los países industriales será a su vez contradictoria. Esto se debe a que, como señalamos antes, el aumento de la capacidad productiva del trabajo acarrea un consumo más que proporcional de materias primas. En la medida en que esa mayor productividad se acompaña efectivamente de una mayor plusvalía relativa, esto significa que desciende el valor del capital variable en relación al del capital constante (que incluye las materias primas), o sea, que se eleva la composición-valor del capital. Ahora bien, lo que se apropia el capitalista no es directamente la plusvalía producida, sino la parte de ésta que le corresponde bajo la forma de ganancia. Como la cuota de ganancia no puede ser fijada tan sólo en relación al capital variable, sino que sobre el total del capital avanzado en el proceso de producción, es decir, salarios, instalaciones, maquinaria, materias primas, etc., el resultado del aumento de la plusvalía tiende a ser —siempre que implique, aunque sea en términos relativos, una elevación simultánea del valor del capital constante empleado para producirla— una baja de la cuota de ganancia.
Esta contradicción, crucial para la acumulación capitalista, se contrarresta mediante diversos procedimientos, que, desde el punto de vista estrictamente productivo, se orientan ya en el sentido de incrementar aún más la plusvalía, a fin de compensar la declinación de la cuota de ganancia, ya en el de inducir una baja paralela en el valor del capital constante, con el propósito de impedir que la declinación tenga lugar. En la segunda clase de procedimientos, interesa aquí el que se refiere a la oferta mundial de materias primas industriales, la cual aparece como la contrapartida —desde el punto de vista de la composición-valor del capital— de la oferta mundial de alimentos. Tal como se da con esta última, es mediante el aumento de una masa de productos cada vez más baratos en el mercado internacional, como América Latina no sólo alimenta la expansión cuantitativa de la producción capitalista en los países industriales, sino que contribuye a que se superen los escollos que el carácter contradictorio de la acumulación de capital crea para esa expansión.[15]
Existe, sin embargo, otro aspecto del problema que debe ser considerado. Trátase del hecho sobradamente conocido de que el aumento de la oferta mundial de alimentos y materias primas ha sido acompañado de la declinación de los precios de esos productos, relativamente al precio alcanzado por las manufacturas.[16] Como el precio de los productos industriales se mantiene relativamente estable, y en todo caso declina lentamente, el deterioro de los términos de intercambio está reflejando de hecho la depreciación de los bienes primarios. Es evidente que tal depreciación no puede corresponder a la desvalorización real de esos bienes, debido a un aumento de productividad en los países no industriales, ya que es precisamente allí donde la productividad se eleva más lentamente. Conviene, pues, indagar las razones de ese fenómeno, así como las de por qué no se tradujo en desestímulo para la incorporación de América Latina a la economía internacional.
El primer paso para responder a esta interrogante consiste en desechar la explicación simplista que no quiere ver allí sino el resultado de la ley de oferta y demanda. Si bien es evidente que la concurrencia desempeña un papel decisivo en la fijación de los precios, ella no explica por qué, del lado de la oferta, se verifica una expansión acelerada independientemente de que las relaciones de intercambio se estén deteriorando. Tampoco se podría interpretar el fenómeno si nos limitáramos a la constatación empírica de que las leyes mercantiles se han visto falseadas en el plano internacional gracias a la presión diplomática y militar por parte de las naciones industriales. Este razonamiento, aunque se apoye en hechos reales, invierte el orden de los factores, y no ve que la utilización de recursos extraeconómicos se deriva precisamente de que hay por detrás una base económica que la hace posible. Ambos tipos de explicación contribuyen, por tanto, a ocultar la naturaleza de los fenómenos estudiados y conducen a ilusiones sobre lo que es realmente la explotación capitalista internacional.
No es porque se cometieron abusos en contra de las naciones no industriales que éstas se han vuelto económicamente débiles, es porque eran débiles que se abusó de ellas. No es tampoco porque produjeron más de lo debido que su posición comercial se deterioró, sino que fue el deterioro comercial lo que las forzó a producir en mayor escala. Negarse a ver las cosas de esta manera es mixtificar la economía capitalista internacional, es hacer creer que esa economía podría ser diferente de lo que realmente es. En última instancia, ello conduce a reivindicar relaciones comerciales equitativas entre las naciones, cuando de lo que se trata es de suprimir las relaciones económicas internacionales que se basan en el valor de cambio.
En efecto, a medida que el mercado mundial alcanza formas más desarrolladas, el uso de la violencia política y militar para explotar a las naciones débiles se vuelve superfluo, y la explotación internacional puede descansar progresivamente en la reproducción de relaciones económicas que perpetúan y amplifican el atraso y la debilidad de esas naciones. Se verifica aquí el mismo fenómeno que se observa en el interior de las economías industriales: el uso de la fuerza para someter a la masa trabajadora al imperio del capital disminuye a medida que entran a jugar mecanismos económicos que consagran esa subordinación.[17] La expansión del mercado mundial es la base sobre la cual opera la división internacional del trabajo entre naciones industriales y no industriales, pero la contrapartida de esa división es la ampliación del mercado mundial. El desarrollo de las relaciones mercantiles sienta las bases para que una mejor aplicación de la ley del valor tenga lugar, pero simultáneamente crea todas las condiciones para que jueguen los distintos resortes mediante los cuales el capital trata de burlarla.
Teóricamente, el intercambio de mercancías expresa el cambio de equivalentes, cuyo valor se determina por la cantidad de trabajo socialmente necesario que incorporan las mercancías. En la práctica, se observan diferentes mecanismos que permiten realizar transferencias de valor, pasando por encima de las leyes del intercambio, y que se expresan en la manera como se fijan los precios de mercado y los precios de producción de las mercancías. Conviene distinguir los mecanismos que operan en el interior de la misma esfera de producción (ya se trate de productos manufacturados o de materias primas) y los que actúan en el marco de distintas esferas que se interrelacionan. En el primer caso, las transferencias corresponden a aplicaciones específicas de las leyes del intercambio, en el segundo adoptan más abiertamente el carácter de transgresión de ellas.
Es así como, por efecto de una mayor productividad del trabajo, una nación puede presentar precios de producción inferiores a sus concurrentes, sin por ello bajar significativamente los precios de mercado que las condiciones de producción de éstos contribuyen a fijar. Esto se expresa, para la nación favorecida, en una ganancia extraordinaria, similar a la que constatamos al examinar de qué manera se apropian los capitales individuales el fruto de la productividad del trabajo. Es natural que el fenómeno se presente sobre todo a nivel de la concurrencia entre las naciones industriales, y menos entre las que producen bienes primarios, ya que es entre las primeras que las leyes capitalistas de intercambio se ejercen de manera plena; esto no quiere decir que no se verifique también entre estas últimas, máxime cuando se desarrollan allí las relaciones capitalistas de producción.
En el segundo caso —transacciones entre naciones que intercambian distintas clases de mercancías, como manufacturas y materias primas— el mero hecho de que unas produzcan bienes que las demás no producen, o no lo pueden hacer con la misma facilidad, permite que las primeras eludan la ley del valor, es decir, vendan sus productos a precios superiores a su valor, configurando así un intercambio desigual. Esto implica que las naciones desfavorecidas deban ceder gratuitamente parte del valor que producen, y que esta cesión o transferencia se acentúe en favor de aquel país que les vende mercancías a un precio de producción más bajo, en virtud de su mayor productividad. En este último caso, la transferencia de valor es doble, aunque no necesariamente aparezca así para la nación que transfiere valor, ya que sus diferentes proveedores pueden vender todos a un mismo precio, sin perjuicio de que las ganancias realizadas se distribuyan desigualmente entre ellos y que la mayor parte del valor cedido se concentre en manos del país de productividad más elevada.
Frente a estos mecanismos de transferencia de valor, fundados sea en la productividad, sea en el monopolio de producción, podemos identificar —siempre al nivel de las relaciones internacionales de mercado— un mecanismo de compensación. Trátase del recurso al incremento de valor intercambiado, por parte de la nación desfavorecida: sin impedir la transferencia operada por los mecanismos ya descritos, esto permite neutralizarla total o parcialmente mediante el aumento del valor realizado. Dicho mecanismo de compensación puede verificarse tanto en el plano del intercambio de productos similares como de productos originarios de diferentes esferas de producción. Nos preocupamos aquí sólo del segundo caso.
Lo que importa señalar es que, para incrementar la masa de valor producida, el capitalista debe necesariamente echar mano de una mayor explotación del trabajo, ya a través del aumento de su intensidad, ya mediante la prolongación de la jornada de trabajo, ya finalmente combinando los dos procedimientos. En rigor, sólo el primero —el aumento de la intensidad del trabajo— contrarresta realmente las desventajas resultantes de una menor productividad del trabajo, ya que permite la creación de más valor en el mismo tiempo de trabajo. En los hechos, todos concurren a aumentar la masa de valor realizada y, por ende, la cantidad de dinero obtenida a través del intercambio. Esto es lo que explica, en este plano del análisis, que la oferta mundial de materias primas y alimentos aumente a medida que se acentúa el margen entre sus precios de mercado y el valor real de la producción.[18]
Lo que aparece claramente, pues, es que las naciones desfavorecidas por el intercambio desigual no buscan tanto corregir el desequilibrio entre los precios y el valor de sus mercancías exportadas (lo que implicaría un esfuerzo redoblado para aumentar la capacidad productiva del trabajo), sino más bien compensar la pérdida de ingresos generados por el comercio internacional, a través del recurso a una mayor explotación del trabajador. Llegamos así a un punto en que ya no nos basta con seguir manejando simplemente la noción de intercambio entre naciones, sino que debemos encarar el hecho de que, en el marco de este intercambio, la apropiación del valor realizado encubre la apropiación de una plusvalía que se genera mediante la explotación del trabajo en el interior de cada nación. Bajo este ángulo, la transferencia de valor es una transferencia de plusvalía, que se presenta, desde el punto de vista del capitalista que opera en la nación desfavorecida, como una baja de la cuota de plusvalía y por ende de la cuota de ganancia. Así, la contrapartida del proceso mediante el cual América Latina contribuyó a incrementar la cuota de plusvalía y la cuota de ganancia en los países industriales implicó para ella efectos rigurosamente opuestos. Y lo que aparecía como un mecanismo de compensación a nivel del mercado es de hecho un mecanismo que opera a nivel de la producción interna.
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[12] “El trabajo debe [...] poseer un cierto grado de productividad antes que pueda prolongarse más allá del tiempo necesario al productor para garantizar su subsistencia, pero no es jamás esa productividad, cualquiera que sea su grado, la causa de la plusvalía. Esa causa es siempre el trabajo excedente, cualquiera que sea el modo de extorsionarlo”. Traducción literal del pasaje incluido en El Capital, I, XVI, PP. 1008-1009, Pléiade; dicho pasaje no aparece en la edición FCE donde correspondería al tomo I, cap. XIV p. 428.
[13] Cf. El Capital, I, secciones IV y V y El Capital, Libro 1, Capítulo VI (inédito). Ed. Signos, Buenos Aires, 1971, parte I.
[14] La participación de las exportaciones en el consumo de alimentos de Inglaterra, hacia 1880, era de 45% para el trigo, 53% para la mantequilla y el queso, 94% para las papas y 70% para la carne. Datos de M. G. Mulhall, reportados por Paul Bairoch, op. cit., pp. 248‑249.
[15] Esto es resumido por Marx de la manera siguiente: “Cuando el comercio exterior abarata los elementos del capital constante o los medios de subsistencia de primera necesidad en que se invierte el capital variable, contribuye a hacer que aumente la cuota de ganancias, al elevar la cuota de la plusvalía y reducir el valor del capital constante.” E! Capital, III, XIV, p. 236. Es necesario tener presente que Marx no se limita a esta constatación, sino que muestra también el modo contradictorio mediante el cual el comercio exterior contribuye a la baja de la cuota de ganancia. No lo seguiremos, sin embargo, en esta dirección, y tampoco en su preocupación sobre cómo las ganancias obtenidas por los capitalistas que operan en la esfera del comercio exterior pueden hacer subir la cuota de ganancia (procedimiento que se podría clasificar en un tercer tipo de medidas para contrarrestar la baja tendencial de la cuota de ganancia, junto con el crecimiento del capital en acciones: medidas destinadas a burlar la tendencia declinante de la cuota de ganancia a través del desplazamiento del capital a esferas no productivas). Nuestro propósito no es el de ahondar ahora en el examen de las contradicciones que plantea la producción capitalista en general, sino tan sólo el de aclarar las determinaciones fundamentales de la dependencia latinoamericana.
[16] Apoyándose en estadísticas del Departamento Económico de las Naciones Unidas, Paolo Santi anota, respecto a la relación entre los precios de productos primarios y manufacturados: “Considerando al quinquenio 1876-80 = 100, el índice desciende a 96.3 en el periodo 1886-90, a 87.1 en los años 1896-1900 y se estabiliza en el periodo que va de 1906 a 1913 en 85.8 comenzando a descender, y con mayor rapidez, después de la finalización de la guerra.” “El debate sobre el imperialismo en los clásicos del marxismo”, Teoría marxista del imperialismo. Cuadernos de Pasado y Presente, Córdoba, Argentina, 1969, p. 49.
[17] “No basta con que las condiciones de trabajo cristalicen en uno de los polos como capital y en el polo contrario como hombres que no tienen nada que vender más que su fuerza de trabajo. Ni basta tampoco con obligar a éstos a venderse voluntariamente. En el transcurso de la producción capitalista, se va formando una clase obrera que, a fuerza de educación, de tradición, de costumbre, se somete a las exigencias de este régimen de producción como a las más lógicas leyes naturales. La organización del proceso capitalista de producción ya desarrollado vence todas las resistencias, la existencia constante de una superpoblación relativa mantiene la ley de la oferta y la demanda de trabajo a tono con las necesidades de explotación del capital, y la presión sorda de las condiciones económicas sella el poder de mando del capitalista sobre el obrero. Todavía se emplea, de vez en cuando, la violencia directa, extraeconómica; pero sólo en casos excepcionales. Dentro de la marcha natural de las cosas, ya puede dejarse al obrero a merced de las 'leyes naturales de la producción', es decir, entregado al predominio del capital, predominio que las propias condiciones de producción engendran, garantizan y perpetúan.” El Capital, I, XXIV, p. 627, subr. orig.
[18] Celso Hurtado ha comprobado el fenómeno, sin llegar a sacar de él todas sus consecuencias: “La baja en los precios de las exportaciones brasileñas, entre 1821-30 y 1841-50, fue de cerca de 40%. En lo que respecta a las importaciones, el índice de precios de las exportaciones de Inglaterra [...] entre los dos decenios referidos se mantuvo perfectamente estable. Se puede, por tanto, afirmar que, la caída del índice de los términos de intercambio fue de aproximadamente 40%, esto es, que el ingreso real generado por las exportaciones creció 40% menos que el volumen físico de estas. Como el valor medio anual de las exportaciones subió de 3 900 000 libras a 5 470 000, o sea, un aumento de 40%. De esto se desprende que el ingreso real generado por el sector exportador creció en esa misma proporción, mientras el esfuerzo productivo realizado en este sector fue del doble, aproximadamente.” Op. cit., p. 115.

La Vallese - Ideologías y poderes -Editorial

Ideologías y poderes
LA VALLESE en Ciencia Política
Editorial

Creemos que el oficio del politólogo se ubica en algún punto de la compleja trama de ideologías y poderes que conforma nuestra realidad. Esto significa que en la práctica profesional, científica y académica el politólogo no puede evitar favorecer a determinados poderes e ideologías. De ahí partimos para debatir en nuestra carrera remarcando la necesidad de asumir esta imposibilidad aséptica desde el nombre de esta publicación.
Ciertas modas intelectuales han logrado desdibujar el perfil de la carrera hacia una suerte de narrativa posmoderna que paradójicamente reniega de lo político. Este deslizamiento se alimenta de la crítica al malestar que genera el dogmatismo institucionalista en sus versiones más reduccionistas. La huida respecto del reduccionismo institucionalista (y de la epistemología que lo sustenta) amenaza llevarnos a una disolución filosófica del estudio científico de la política, acorde a la narrativa posmoderna. Las consecuencias políticas de esto son gravísimas. Corremos el peligro de que nuestra carrera pierda su vocación por entender y develar la realidad política, es decir, esa dosis de realismo político mínimo que convertía a nuestra disciplina en algo tan valioso para Gramsci. En efecto, cuando Gramsci reflexiona sobre los destinatarios reales de El Príncipe de Maquiavelo, entiende que son los que ignoran el realismo en política: “(…) ¿quién "no sabe"?. La clase revolucionaria de su tiempo, el "pueblo" y la "nación" italianas(…)” [1] . Despolitizar la ciencia política por exceso de formalismo institucionalista o disolverla por escapismo posmoderno implica ayudar a sostener el statu quo, implica un posicionamiento conservador, mas allá de la fraseología con la que se lo encubra.
El dogmatismo institucionalista, en su reduccionismo, se agota en planteos que privilegian los factores internos en el análisis de las crisis latinoamericanas sin dar cuenta de los condicionamientos implícitos a nuestra posición periférica en el sistema mundo capitalista. Se convierte así en un discurso justificatorio de la gobernabilidad neoliberal y de la aceptación del desarrollo dependiente asociado como determinismo impuestos por la globalización. La evaporación filosófico-posmoderna tampoco logra ir más allá y hoy se encuentra impotente para explicar procesos políticos como el boliviano, en los cuales los movimientos sociales de campesinos indígenas han tomado el Estado.
De hecho, tanto Bolivia como Venezuela, así como la ocupación norteamericana de Irak ponen en el centro de la actualidad política internacional situaciones que refutan ampliamente gran parte de los discursos sobre la globalización en su aspecto político. Vemos así como resucitan planteos estadocéntricos supuestamente caducos, márgenes impensables de soberanía política para estados débiles (como Bolivia), intervenciones imperialistas descaradas, etc. Todos estos fenómenos hacen evidentes los fallidos esfuerzos de la reflexión política de los noventa por evadir, encubrir o justificar los conflictos que generan las diversas formas políticas que intentan legitimar las asimetrías que caracterizan al capitalismo realmente existente.
[1] Antonio Gramsci, Notas sobre Maquiavelo, Juan Pablos Editor, México, 1986.

Por una reforma del plan de estudios
Como estudiantes de ciencia política nos planteamos como productores de conocimiento, no sólo como meros reproductores y consumidores. En este sentido, creemos que es necesario poner en debate una reforma del plan de estudios de la carrera que recupere la importancia de las herramientas para el análisis político y las ubique al inicio de la carrera como materias obligatorias y talleres prácticos de análisis político (¡hoy la única materia especializada en análisis político es una optativa!). De esta forma, los estudiantes de la carrera contaran tempranamente con las herramientas mínimas para entender y analizar diversos escenarios y coyunturas políticas sobre los cuales desplegaran su interés y su práctica profesional como graduados en función de la orientación que elijan.
Análisis político, centro y periferia
En el análisis de nuestra realidad actual, entendemos que resulta crucial poder integrar, los factores que surgen de nuestra posición en la asimetría centro-periferia (que caracteriza al sistema mundo capitalista) con la forma actual de nuestros sistemas políticos latinoamericanos. De la artificial separación de estos factores provienen la mayoría de las limitaciones de los enfoques actualmente predominantes en los contenidos de la carrera. En su forma clásica, los reduccionismos institucionalistas han prescindido, descartado o desvalorado los condicionamientos y desafíos que surgen de las políticas para la región de las potencias hegemónicas para la explicación de las crisis de las democracias latinoamericanas. Por otro lado, los planteos posmodernos prescinden de los condicionamientos que surgen de la forma de los distintos sistemas políticos latinoamericanos. Con ello, se ubican en un nivel de generalización incapaz de dar cuenta de factores claves para comprender los recorridos diferenciados que desembocaron en las crisis de los neoliberalismos así como las modalidades diferenciadas de salida de dichas crisis. Y es que los diversos diseños institucionales, con sus sistemas electorales, y sus sistemas de partidos resultan cruciales para comprender como se van resolviendo los distintos escenarios así como las posibilidades concretas que presentan. La polarización del sistema de partidos junto con su fragmentación forman parte decisiva de la pauta de conflicto en Venezuela. Seria ridículo minimizar el alcance de los procesos constituyentes de Venezuela y Bolivia en la búsqueda de lograr diseños institucionales que avancen hacia el postneoliberalismo y postcapitalismo. A nivel de partidos y movimientos, la cohesión interna, la disciplina partidaria y las tradiciones organizativas marcan límites y posibilidades de la acción política tanto para el campo popular como para los sectores conservadores, así como los parámetros para formar coaliciones de gobierno viables.
De hecho, sin integrar todos estos elementos en un mismo análisis, resultaría imposible analizar la descomposición actual del sistema de partidos argentino (y las novedades que produce), la estrategia de construcción política que llevo por primera vez en la historia a un indígena a la presidencia de Bolivia, o la necesidad de Chávez de intentar la construcción del Partido Socialista Unido de Venezuela. Por lo tanto, creemos que integrando estas perspectivas de análisis podremos lograr una mejor comprensión de la realidad política, no solo con fines científicos, académicos y profesionales, sino también para guiar la acción política de quienes hemos optado políticamente por la liberación nacional y social.

POR UNA UNIVERSIDAD DEL PUEBLO EN UNA PATRIA LIBERADA
LA VALLESE