miércoles, 29 de agosto de 2007

Rubén Berríos Martínez - Discurso en el Congreso Latinoamericano y Caribeño por la Independencia de Puerto Rico

Discurso ante el Congreso Latinoamericano y Caribeño por la Independencia de Puerto Rico
Por: Rubén Berríos Martínez PresidentePartido Independentista Puertorriqueño
18 de noviembre de 2006

Queridos compatriotas latinoamericanos y caribeños:
Los que creemos en la libertad no nos podemos conformar con menos. Por eso nos reunimos hoy en Panamá bajo el lema “América Latina Unida por la Independencia de Puerto Rico”.
Rubén Berríos se dirige a las delegacionespresentes en el Congreso
Hace ciento ochenta años el Congreso Anfictiónico convocado por el Libertador Simón Bolívar, se reunió en esta misma ciudad con el propósito de garantizar y completar la independencia de nuestra América. Hoy estamos aquí en cumplimiento de ese mandato.
En la última parte del siglo 20, Panamá ha sido ejemplo de lo que unidos podemos lograr. Aquí, un pueblo en lucha por sus derechos, y con el respaldo y la solidaridad de nuestra América, logró lo que hasta entonces parecía imposible: la recuperación de la zona del Canal, un territorio secuestrado por un enclave colonial que le partía en dos su propio corazón.
Los aquí presentes, representantes de toda la América Latina y el Caribe, pertenecientes a las más diversas tendencias ideológicas, podremos tener diferentes puntos de vista sobre múltiples asuntos, pero a todos nos une la independencia de Puerto Rico.
Porque, cuando se deja a un lado lo coyuntural, lo pasajero, y vemos la historia desde la cúspide de los siglos, Nuestra América la sufrida, es una sola patria; por donde va uno vamos todos. Tan libre será la América Latina y el Caribe como libre sea Puerto Rico. La historia de nuestras naciones durante el siglo XX ha sido la de variaciones sobre el tema de la dependencia. Puerto Rico es sólo su caso extremo.
Hoy, en la época de las nacionalidades y la democracia, y ante el fortalecimiento del respeto propio y la dignidad en nuestro continente, nada más natural que nuestra América –cada vez más dueña de sí misma- reclame a Puerto Rico como lo que siempre ha sido, como uno de los suyos.
Constituye una afrenta a Nuestra América y a la democracia que a la altura del siglo XXI Puerto Rico sea la última gran colonia que queda en el mundo. La democracia y el colonialismo son antagónicos e incompatibles. No puede haber democracia cuando las leyes básicas, y la vida misma de un país, son determinadas por un país extranjero. Una colonia democrática es un absurdo, una contradicción en sí misma. Una colonia democrática no es otra cosa que una jaula de oropel.
Pero el colonialismo no sólo ofende la democracia y violenta el principio de la igualdad entre los pueblos. El colonialismo constituye un ultraje contra la dignidad humana. Por eso el derecho a la libre determinación y la independencia es inalienable e irrenunciable y se ha convertido en norma absoluta e irrevocable de derecho internacional. Por eso el colonialismo ha sido proscrito por la humanidad. Por eso los Estados Unidos está en la obligación de descolonizar a Puerto Rico.
Ha llegado el momento de la independencia de Puerto Rico. La soberanía nacional de mi patria, que hasta ayer no era para muchos más que un reclamo de principios, se convierte hoy en una necesidad imperiosa, en una demanda necesaria para dar a respetar a nuestro continente. De eso se trata este Congreso.
Durante más de un siglo de colonialismo norteamericano (y antes bajo España), los puertorriqueños hemos luchado por nuestra descolonización y libertad, por todos los medios imaginables. Pero la desproporción de fuerzas ha sido avasalladora y la coyuntura histórica no ha sido la apropiada. Baste recordar que nos ha tocado ser colonia del país más poderoso del mundo en lo que se ha llamado el siglo norteamericano.
Pero los puertorriqueños tenemos la perseverancia, el arrojo y el tesón para hacer valer nuestros derechos. ¡Los Estados Unidos podrán tener la fuerza de la fuerza, pero nosotros tenemos la fuerza de la moral!
Todo lo que somos los puertorriqueños lo hemos hecho nosotros. Con el sudor y el esfuerzo de nuestros trabajadores, con la técnica de nuestros científicos y profesionales, con la inspiración de nuestros poetas, pintores y escritores; con la música de nuestros compositores y artistas y con el poder de nuestro pensamiento y nuestra imaginación. ¡No somos más que nadie, pero tampoco menos!
Pero la libertad, como enseñó Martí, hay que pagarla a su justo precio. Y yo puedo decir con orgullo: los puertorriqueños hemos pagado con creces el precio de la libertad.
Lo hemos pagado a través de los siglos con el sacrificio de nuestra lucha, con el calvario de nuestros patriotas; desde Betances, Ruiz Belvis y Hostos en el Siglo 19, hasta De Diego, Albizu Campos y Concepción de Gracia en el Siglo 20. Los patriotas puertorriqueños no se han conformado con escribir su protesta, al decir de Darío “sobre las alas de los inmaculados cisnes tan ilustres como Júpiter”. Han ido más allá; como aquel joven nacionalista, bien nombrado Bolívar Márquez, quien luego de ser herido de muerte por órdenes de los gobernantes norteamericanos junto a más de veinte compañeros desarmados, dejó escrita con su propia sangre sobre una pared la protesta, ¡“Viva la República, abajo los asesinos”! “Y se le murió el tintero”.
Y hemos pagado el precio de la libertad con el heroísmo y la constancia de hombres y mujeres como doña Lolita Lebrón y don Rafael Cancel Miranda, quienes cumplieron más de 25 años en prisión por la libertad de su patria y quienes nos honran hoy con su presencia. ¡Perseguidos, arando en el mar, pero siempre combatiendo, irradiando luz, esperanza, optimismo!
Si alguien, por desconocimiento de nuestra historia, tenía alguna duda sobre el arrojo y el tesón de los puertorriqueños en la lucha por su libertad, ahí está Vieques. Allí, en esa isla borincana, en los albores del Siglo 21, el pueblo puertorriqueño, con su fuerza moral, puso de rodillas a la Marina de Guerra más poderosa del mundo. ¡Los pusimos de rodilla y los forzamos a salir de nuestro suelo!
Los puertorriqueños hemos cumplido y seguiremos cumpliendo con nuestra obligación. Nuestra es la responsabilidad primaria y nuestro es el privilegio de luchar por la independencia de la patria.
Pero si a nuestra lucha por la libertad unimos el esfuerzo y la solidaridad militante de nuestros hermanos y hermanas del continente, ¿qué no seremos capaces de lograr?
Habrá quienes piensen que la exigencia de Puerto Rico para superar su condición colonial no es todavía para Estados Unidos un asunto urgente; pero de lo que no cabe la menor duda es de que América Latina es para los Estados Unidos un asunto de la mayor importancia. Por eso, al quedar la independencia de Puerto Rico inscrita en la agenda permanente de la América Latina y el Caribe, la liberación nacional de mi patria se hace inevitable.
Hoy estamos dando un paso fundamental e imprescindible en esa dirección. Este Congreso, más que la culminación, debe ser el comienzo de una gesta libertaria continental. América Latina y el Caribe se tienen que convertir en el interlocutor de la independencia de Puerto Rico ante los Estados Unidos y ante el mundo. De aquí, de este Congreso, tiene que surgir esa determinación y tiene que surgir una agenda, un plan de acción, para hacer realidad la libertad de Puerto Rico.
Ese plan de acción debe incluir desde el reclamo de los parlamentos y gobiernos latinoamericanos y caribeños hasta la constitución de comités de solidaridad en todos los países de nuestro continente. Tenemos que lograr que las organizaciones sindicales, estudiantiles, culturales, religiosas, cooperativistas, cívicas y de toda índole –desde su liderato hasta sus militantes y miembros- apoyen, difundan y promuevan la lucha por la liberación de Puerto Rico. Tenemos que lograr que nuestra América, la de carne y hueso conozca y se enamore de la independencia de mi patria.
Al luchar por la independencia de Puerto Rico la América Latina y el Caribe no sólo estará cumpliendo con su obligación ética e histórica. La independencia de Puerto Rico le dará a nuestra América una mayor conciencia de su propia valía y de su propia fuerza. Pero digo más: me atrevo a avizorar el futuro y prever que la liberación de Puerto Rico muy bien podría ser el detonador que desencadene el proceso para hacer realidad el gran proyecto de Bolívar, La gran patria de patrias. Porque ante todo, los latinoamericanos y caribeños –y no me canso de repetirlo- somos hijos de una misma patria grande y generosa; nos enamoramos con las mismas canciones, nos estremecemos con los mismos poemas, bailamos con los mismos ritmos, nos ilusionamos con las mismas aspiraciones y sufrimos con un mismo corazón.
En las fiestas nacionales de todas las Repúblicas de América Latina y el Caribe se honra a aquellas generaciones que legaron a las del presente el regalo exquisito de la independencia, requisito indispensable para una vida de plena libertad, justicia y dignidad. Ninguno de nosotros tuvo el privilegio de participar en aquellas luchas heroicas. Yo los invito a convertir a nuestra generación en la última generación de libertadores de Nuestra América. A esa misión los invito. Vamos a hacer realidad la independencia de mi patria, que es también la de ustedes, la nuestra.
Los herederos de Hatuey, de Cuauhtémoc, de Atahualpa, de Toussaint, de Hidalgo, de San Martín, de Artigas, de O’ Higgins, de Sucre, de Bolívar, de Duarte, de Juárez, de Martí, de Sandino, y de Pedro Albizu Campos, juntos, no hay reto que no podamos superar ni sueño que no podamos realizar. ¡Viva Nuestra América Unida! ¡Viva Puerto Rico Libre!
Rubén Berríos Martínez18 de noviembre de 2006